sábado, 14 de mayo de 2011

Víctor José Maicas. Artículo






SANTIAGO DE CHILE Y LA LUCHA POR LOS DERECHOS HUMANOS

    Hay ciudades y lugares que, a pesar de la distancia, a algunos nos parecen muy familiares y cercanos. Y en mi caso, a pesar de haber visitado este país hace tan sólo un año, la verdad es que mi interés y sentimiento por Chile empezó siendo tan sólo un adolescente.
    Sí, fue a través de las canciones de Víctor Jara cuando empecé a amar a este país y a las gentes que en él viven por haberse convertido, en cierto modo, en unos incansables luchadores por la libertad y en un símbolo por la defensa de los Derechos Humanos.
    Podría estar horas y horas escribiendo sobre las maldades e injusticias que en forma de torturas, asesinatos, desapariciones y humillaciones sufrió este pueblo como consecuencia del golpe de estado de Pinochet, pero eso es una historia que ya muchos conocemos y, en el caso de que algunos no la conozcan, les recomiendo que entren en la Web del “Museo de la Memoria y los Derechos Humanos” de Santiago de Chile, pues allí conocerán con todo tipo de detalles las grandes aberraciones que el ser humano ha sido capaz de cometer en todo el planeta, y en particular en este pequeño y entrañable país llamado Chile.
    Así pues, en este artículo prefiero pensar en mis paseos por las calles de Santiago y por aquellas alamedas a las que se refirió Salvador Allende, ¿recuerdan?... “mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre, para construir una sociedad mejor”. Sí, tal y como pronosticó Allende, yo pude comprobar de forma personal que las grandes alamedas han vuelto a sentir el aroma de la libertad de un pueblo que jamás quiso que se la arrebataran. Un pueblo que luchó en su día, y sigue luchando en la actualidad, para que aquella libertad que le robaron los carros blindados y las bombas no se la vuelvan a arrebatar nunca jamás.
    Así es, durante aquellos días de estancia en Chile recordé que existen muchas cosas por las que vale la pena vivir, y una de ellas es, indudablemente, seguir luchando contra la sinrazón y en favor de un mundo más justo y equitativo. Y mientras paseando por las grandes alamedas de Santiago iba recordando viejas canciones de Víctor Jara como “Te recuerdo Amanda” o “El derecho de vivir en paz”, de repente sentí la obligación de escribir unas líneas para expresar, en cierto modo, mi agradecimiento a todas esas personas que lucharon por conseguir un mundo mejor. Ese texto al que les hago referencia lo pronuncié en uno de mis actos públicos, y si me lo permiten, me gustaría que sirviera de colofón a este artículo:

    Este pasado verano visité el Museo de la Memoria y los Derechos Humanos de Santiago de Chile, un lugar en el cual se nos recuerda las barbaridades que el ser humano es capaz de cometer y, lamentablemente, olvidar, y el olvido, por desgracia, es la primera piedra de una nueva barbarie.
No, no debemos olvidar, no por venganza, sino por vergüenza. Así es, por vergüenza, para intentar así que este tipo de hechos cree un rechazo sistemático en la sociedad y que todos aquellos dispuestos a llevarlos a cabo se sientan, de alguna forma, “señalados” precisamente por la sociedad y puestos en evidencia frente al resto de la opinión pública.
    Hoy en día hemos conseguido que la mayor parte de la población sienta rabia e indignación al recordar lo que los nazis hicieron; pues bien, contribuyamos a que se sienta vergüenza cuando uno no es capaz de hacer autocrítica, de ponerse en el lugar de los demás. Contribuyamos a que nuestros dirigentes sientan por ejemplo vergüenza al manipular la información cuando utilizan una doble vara de medir según sus intereses partidistas.
    Sí, contribuyamos a esto, pero sin duda, la primera piedra en este duro y largo camino es ser uno mismo autocrítico y pensar que no existe una única verdad, sino una verdad que, en otras palabras, podríamos denominar diálogo y comprensión, o lo que es lo mismo, ponerse en el lugar de los demás para comprender realmente el verdadero significado de la expresión “Derechos Humanos”.
    Y si esta es la primera piedra, la segunda es la educación, inculcar unos valores comúnmente aceptados como pueden ser la solidaridad y la defensa de estos Derechos Humanos a unos jóvenes que en pocos años ocuparán nuestro puesto en la sociedad.


Víctor J. Maicas
*escritor.
Desde Castellón, España.

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