sábado, 12 de febrero de 2011

Víctor José Maicas. Artículo.


LA INDIA, RELIGIÓN Y POBREZA


Cuando hace un tiempo estuve en la India vi cosas que me resultaron inconcebibles. Sabía que el injusto sistema de las castas se abolió con la independencia, pero mi sorpresa fue mayúscula cuando comprobé que son las mismas gentes las que todavía mantienen esa forma de sociedad. Por desgracia he visto mucha miseria en mis viajes, pero nunca como en la India. No por el grado o cantidad de la misma, sino por la resignación de sus habitantes ante ella.
Recuerdo cómo, al entrar en Jaipur, la ciudad me impactó completamente. A un lado y otro se sucedían casas y tiendas con unas condiciones higiénicas a las que no estamos acostumbrados en occidente. La calle era un hervidero de gente y vehículos. El sonido de los claxon era interminable, mientras bicicletas y rickshaws iban esquivando a aquellas huesudas vacas que campaban a sus anchas saqueando los montones de basura instalados por toda la ciudad. Conducir allí es un deporte de riesgo, y supongo que una de las condiciones básicas para obtener el permiso debe ser tener un elevado grado de reflejos para así poder esquivar todos aquellos vehículos, vacas y motocicletas que se te cruzan en cuestión de segundos. Cada cruce supone un riesgo añadido, y el bullicio y trasiego de personas es constante. Ser turista significa tener dinero, y esto son palabras mayores en una ciudad en la que los pobres y los vendedores ambulantes conviven en armonía a la caza de unas monedas que puedan aliviar su precaria economía. La ciudad te fascina en un principio por lo diferente, pero te marca por la tragedia de sus escenas, pues lamentablemente tus ojos observan cómo niños con deformaciones son exhibidos para intentar ablandar el corazón del viajero, mientras muchachos sin piernas se te acercan gateando para pedirte una limosna. Las aceras están ocupadas por los comercios, y tu única salida es ir esquivando los vehículos mientras por un lado el comerciante te insiste en que visites su tienda, y por el otro una escuadra de mendigos te suplica unas monedas que les ayuden a paliar sus necesidades. Con un poco de suerte, quizá consigas coger un taxi en la misma acera en la que te ha bajado, ya que de lo contrario has de hacer un acto de fe al intentar cruzar la calle sin sufrir ningún percance. Si desvías la mirada puedes apreciar cómo calles sin asfaltar, y crías de jabalí vagando por ellas, forman parte del centro de la ciudad. Fue curioso que entre tanta fauna dispersa por la calle, no observase gatos, pero un lugareño me explicó que éstos son incapaces de salir de dentro de las casas por el miedo de servir de cena a aquellas bandas de perros hambrientos que trasiegan en busca de alimento.
¿Cómo es posible que la gente crea en una religión que consienta y acentué las diferencias sociales?, me pregunté durante aquel viaje. Nunca dejaré de sorprenderme al ver, cómo unos cuantos, crearon una imagen distorsionada de lo que debería ser un Dios justo en beneficio de sus propios intereses. Es patético comprobar cómo muchos de los disturbios en la India se producen por luchas entre distintas religiones mientras que conseguir unas mejores condiciones sociales para erradicar la miseria, por lo que parece apenas tiene respaldo por parte de la población.
Fueron muchas más cosas las que vi en aquel viaje, como por ejemplo admirar la monumentalidad y belleza del Taj Mahal, en la ciudad de Agra, no sin antes observar la pobreza de los barrios que lindan con él pues un simple muro es lo que separa la sublime belleza del monumento con la patética realidad que lo rodea.


Víctor J. Maicas
*escritor

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