domingo, 26 de diciembre de 2010

ISABEL OLIVER. POESÍA


MUJER DE ÉBANO

Premio CEAM de Segorbe, Castellón, año 2005


                 

La noche está propicia. Luce un rango estrellado.
Luciérnagas suspensas en un manto alejado.
Un motor, cuatro remos, veinte ojos mirando
a un horizonte nuevo: a un destino forzado.
Y, entre ellos, dos lunas y una mujer de ébano.
Viajeros de equipaje dotado de lo puesto.
Ella aprieta sus manos sobre su vientre inmenso,
y desliza suave el arpa de sus dedos.
Diez gaviotas entonan la Nana de los Vientos:

“A la nana mi niño
mi niño negro
que te mece la barca
del mundo nuevo.

No temas niño
que te guarda la fuerza
de mi cariño.

A la nana mi niño
mi niño bueno
que nacerá en España:
es mi deseo”.

Las dos lunas de su cara cabalgando el universo:
periscopios de esperanza, verdes de sol y de sueños.
¿Habrá un sitio para mí, aunque sea muy pequeño
allí, donde el horizonte alcanza a besar el cielo?
¿Qué poderosas columnas los dioses allí pusieron
que no lo dejan caer ni empujándole los vientos?
¿Habrá un lugar para él donde no le metan preso
por pedir pan, libertad, igualdad y algún respeto?

¡Sueños de azabache, negros, como las crines del miedo!




¿Habrá un oasis de paz aunque sea muy pequeño,
palmeras con leche y miel, con chocolate y pan tierno,
donde yo pueda apoyar la escalera de mi esfuerzo,
y alargar sólo la mano para dar a mi pequeño
un pedazo de igualdad, de saciedad y contento?

¡Abanico de deseos, que no pasarán de serlo!.
¡Sueños de color morado que lucirás en tu cuerpo!

El mar tejió su trampa de puntiagudo encaje.
Cantaron las sirenas en mudo regocijo.
Un pacto de arrecifes selló la madrugada
bailando con las olas el himno de Neptuno.
¡¡Mujer de ébano, leve, liviana, desvalida!!
¡Juguete del capricho del dios del elemento!.
Nadie escucha tu grito de espuma en la garganta;
ni el llanto de tu vientre, mientras te zarandea
un látigo invisible que ha pagado ya el precio
de tu último aliento a tu esperanza última....
Te acoge la mañana con un beso amarillo,
y Morfeo te mece en inútil intento.
Tus ojos se han bebido el agua del Estrecho;
los transitan atónitos el espanto y el miedo.
Ya tu cuerpo amortaja tus veinte años muertos.
Y, ya, sobre tu vientre diez gaviotas guardianas
enmudeció su acorde de caricias tempranas:
el arpa de tus dedos olvidaron su nana.






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